José Eduardo Umaña Mendoza, prestigioso defensor de derechos humanos de larga trayectoria, nacido el 22 de noviembre de 1946 y asesinado el 18 de abril de 1998. El doctor Umaña Mendoza fue reconocido por su actividad docente en universidades como la Nacional y el Externado de Colombia, así como por su actividad de litigio en procesos penales y disciplinarios contra militares y policías por graves violaciones de Derechos Humanos.
El doctor Umaña Mendoza fue asesor jurídico de la ACNUR, fue miembro del Consejo Ejecutivo de la Organización Mundial Contra la Tortura, fue miembro del Tribunal Permanente de los Pueblos, hizo parte de la Comisión de Investigación de Atentados a los Periodistas de la Federación Latinoamericana de Periodistas. Además fue uno de los fundadores del Comité Permanente por la Defensa de los Derechos Humanos, del Comité de Solidaridad con Presos Políticos y de ASONALPRO. Asimismo, junto con su padre el doctor Eduardo Umaña Luna, fundó el Colectivo de Abogados “José Alvear Restrepo”, del cual fue activo miembro hasta mediados de los noventa, cuando se apartó de la organización por profundas diferencias con sus integrantes.
En la década de los noventa, fue fundador de la Corporación Sembrar y de la Asociación Minga. Desde la fundación de ASFADDES, fue un permanente colaborador representando a familiares de desaparecidos. Acompañó jurídicamente a las víctimas del genocidio contra la Unión Patriótica así como a la judicialización de diferentes sindicatos como la USO, Telecom, Sintraemcali y Sintrateléfonos. Eduardo Umaña fue el primer abogado y acompañante de las víctimas de los desaparecidos del Palacio de Justicia. Entre los numerosos casos de graves violaciones de derechos humanos que el doctor Umaña Mendoza atendió, está la reapertura del caso de la ejecución extrajudicial de Jorge Eliécer Gaitán, las desapariciones forzadas de Omayra Montoya Henao, Nidia Erika Bautista, entre otras, así como de ejecuciones extrajudiciales como las de Oscar William Calvo, Yolanda Acevedo Carvajal, María del Pilar Zuluaga, Gerardo Quevedo Cobo, Eberth Marín Cotrini, Gustavo Chacón Sarmiento, Amparo Tordecilla Trujillo, Carlos Pizarro Leongómez, Hernando Pizarro Leongómez, así como de los indígenas Arahuacos Hugues Chaparro, Ángel María Torres y Luis Napoleón Torres; tanto como de las masacres de la familia Palacio en Fusagasugá y la masacre del sur-oriente de Bogotá.
El doctor Umaña Mendoza trabajó en numerosos casos judiciales e investigaciones en estrecha cooperación con Alirio de Jesús Pedraza Becerra, abogado del Comité de Solidaridad con los Presos Políticos, víctima de desaparición forzada; así como con Jesús María Valle Jaramillo, abogado y Presidente del Comité Permanente de Derechos Humanos de Antioquia "Héctor Abad Gómez", asesinado en circunstancias similares al homicidio del Doctor Umañana Mendoza.
Luego de numerosas amenazas y persecuciones en su ejercicio profesional, fue asesinado. Días antes de su muerte el Doctor Umaña Mendoza había denunciado ante la Dirección Nacional del CTI, haber recibido amenazas de muerte, en las que una voz masculina le alertaba acerca de su "inminente asesinato por parte de fiscales regionales incluyendo el Fiscal Rafel Jiménez, miembros del CTI, entre ellos el Sr. Luis Alfonso Maya Vallarino alias "El Yanqui" [...], orgánicos del B2 [Inteligencias militar] y altos funcionarios de la seguridad interna de ECOPETROL. Desde entonces esas personas no han sido investigadas y el caso sigue en la absoluta impunidad. El 23 de marzo del 2011 fue radicada una petición ante la CIDH por la ejecución extrajudicial del Doctor Umaña Mendoza.
El siguiente espacio está dedicado a la memoria de la victima construida por los familiares y los más allegados. Aquí se trata de no permitir extinguir el recuerdo de las victimas a través de fotos, escritos y demás recuerdos que aporten para que nunca quede en el olvido.
'Gracias por no doblegarte, papá'
13 Abr 2013
Fuente: Diario El Espectador
"Hace 15 años mataron a mi papá, José Eduardo Umaña Mendoza. El mediodía de ese sábado oscureció mi horizonte, lo cambió todo. Llegábamos con mi mamá a recogerlo. El zigzagueo de las balas apenas se dispersaba en el ambiente. Un humo ciego y pálido de metralla se sumaba al anterior de cigarrillo, rumores y jadeos. Ese aire denso se hizo sólido en mis pulmones y aplastó mis hombros con la noticia. “Mataron a tu papá”, me dijo mi mamá. Me vi en el piso.
En un instante sordo y detenido recordé tantos días jugados en ese suelo de cabellos rizados. La alfombra estaba marcada por las huellas de los asesinos. Esas huellas de muerte que avanzaban desde el corredor hacia la oficina, que se desviaban en el cuarto que fue el mío. Allí habían atado a la secretaria con cinta de enmascarar. Alguno de los tres sicarios dejó sus huellas de muerte en esa banda pegajosa que apenas se acababa de desatar. Las huellas seguían, trepaban, si se hacía silencio murmuraban, casi que clamaban cómo había sido todo; selladas en el arco de la puerta, anunciadas como periodistas a la entrada, seguidas redoblantes al despacho, discutidas en el aire.
Querían llevarlo, me explicaron. Él los retó, vertical, fuerte y valiente. Sus huellas se afirmaron en el suelo. “Si vienen por mí, resistiré, no me doblegaré”, había dicho meses antes. Dispararon, hurtaron lo que pudieron y salieron. Afuera, un taxi los esperaba. El golpe de las puertas estrelladas en el marco del vehículo abrió paso a un silencio, y nuevos pasos entrarían por ese mismo piso que me tragaba como un banco de arena movediza. Amigos y curiosos hicieron su arribo.
Los ecos de ruido se comprimían en un grito sordo de familiares de desaparecidos, de torturados, de sacrificados, de encarcelados por protestar, de tantas y tantas personas cuya única esperanza era que mi padre les ayudara a sacar su caso adelante. Una vez, una persona en un acto de homenaje me dijo que mi papá era como el defensor del Pueblo, sin que exista algo así en el país. A la casa llegaba gente por hordas pidiendo ayuda porque habían padecido alguna atrocidad, buscando consejo, clamando una alternativa, desesperando una solución.
En esos años de intenso ejercicio del derecho, mi padre entendió que la defensa de los derechos humanos no era sólo legal sino jurídica, no sólo jurídica sino política, no sólo política sino social, no sólo social sino íntima, de movilización de conciencias. Mi padre entendió que la soledad ronda a quienes luchan por la justicia, pero que el amor por lo que se hace es un valor que acompaña.
Los “investigadores judiciales” también desembarcaron, silenciando con urdida costumbre los resuellos de evidencia con su eco de nuevas huellas. Cuidadosamente tomaron una cinta sobre otra e hicieron un detallista inventario de lo que había en la oficina, con un objetivo eminentemente criminalístico, por supuesto; sin ningún resultado probatorio, por supuesto. “Yo le puedo sintetizar todo esto con una frase un poco jurídica, pero que contiene el significado preciso de los procesos: es una especie de telaraña jurídica con una tenaza política”, decía mi papá de su ejercicio profesional, casi premonitoriamente de su propio asesinato.
Mi abuela Chely todavía recuerda quemantes las vergonzosas palabras del fiscal general de la época, Alfonso Gómez Méndez, quien le diría que el caso de mi padre era un crimen de Estado y que en el mismo no había nada que hacer. Esas mismas palabras se oficializaron en el juicio que se siguió por el homicidio. Pese a que el mismo fiscal había aseverado a la Human Rights Watch que en el homicidio estaba implicada la Brigada XX del Ejército, y que la actividad probatoria del proceso destilaba lumbre sobre agentes de inteligencia militar, un testimonio dado desde una cárcel cambió la dirección de la investigación.
Un grupo de personas sería imputado y juzgado por supuestamente haber estado implicado en el asesinato de mi padre. Como era de esperarse, uno a uno los acusados fueron absueltos sin mucha controversia. Luego de eso no ha habido nada o, mejor, como la Fiscalía Segunda Especializada de Derechos Humanos me corregía en la respuesta a un derecho de petición de impulso del proceso: “No es que la Fiscalía haya estado inactiva como lo asegura usted en su escrito, sino que desgraciadamente la labor investigativa desplegada en torno al caso ha sido infructuosa”. Sin frutos, marchita como la muerte, en coma como la ausencia.
Como decía mi padre, “el sistema sabe cómo y dónde ubica la represión. Hay muchas personas presionadas en el anonimato, que son algunos dirigentes, sobre todo de sectores campesinos y urbanos, que los matan, o los desplazan, o los desaparecen, y la gente ni siquiera se informa de eso. Incluso sabe que hay hechos que no se pueden ocultar, noticias que no pueden ocultar, que terminan trascendiendo. Ahí, el Estado es tan inteligente que asume e institucionaliza esos casos, los procesa y tabula el mismo Estado (…). Entonces: el Estado investiga la muerte, administra justicia para los probables autores de la muerte, absuelve, y continúa de nuevo cometiendo todo. Es decir, tiene en su poder todas las etapas del control social en el proceso criminal”.
Estos 15 años de injusticia e indignación no podrían ser subtitulados de muerte porque la vida de mi padre ha brotado en muchas partes, formas y personas. Mi abuelo, Eduardo Umaña Luna, nos llamaría una y otra vez más a tocar campanas de júbilo porque su hijo ha pasado a la historia. Estos años no han sido de despedida sino de memoria viva. Jaime Garzón me diría en el funeral de mi padre que él hacía lo que hacía inspirado en Eduardo Umaña. Esa inspiración está ahí en tantos corazones y mentes, de activistas que luchan por la libertad, que escudriñan la verdad, que saltan y sortean el acoso que sufren quienes luchan por la justicia.
Estos años son de aprendizaje y de nuevas fuerzas. Estos son años de una profunda trascendencia que se siente en el colegio Eduardo Umaña Mendoza, en grupos de debate, universidades, activistas, defensores de derechos humanos y sindicatos. En estos 15 años bien vale hacer una acción de gracias. Con los pies firmes, agradecer a Eduardo Umaña Mendoza por no doblegarse, por insistir, por su ternura y solidaridad con los desaparecidos, con los muertos y torturados, con los puestos injustamente en prisión y con los que buscan otro futuro para su país. Quince años de “más vale morir por algo que vivir por nada”.
Escrito por el hijo de Eduardo Umaña, Camilo Umaña Hernández


La libertad
En solaridad acuden un puñado de seres humanos
lenvantado barricadas de presión y denuncia contra la justicia sin rostro...
un rostro de justicia... Contra la injusticia injusta!. Se levantan los sinceros de la ignominia, se abren las puertos por el carcelero de turno y los desarraigados a la fuerza de su propia historia y retornan en "el aire del dia" para continuar el sendero pues la única liberdad que nos queda - al decir de Cáncer- la lucha por la libertad
Yo les ofrezco solo na cosa: continuar hasta el final de mis días en esa pequeñ´sima batalla- intrascendentepero honesta, desde mi conflictivo país natal